RESEÑA
LOS MISERABLES: LA ETERNA INJUSTICIA.
Por: Daniel Aguilar Torres @taco_mutante


Fotograma: Les Misérables.
La multipremiada cinta francesa, que estrena este viernes, revierte expectativas al presentar un original thriller enmarcado en las tensiones raciales contemporáneas.
Aprovechando lo sugerente de su título, Les miserables (2019) de Ladj Ly no trata de Jean Valjean robando comida como preludio de la insurrección francesa del siglo XIX: en cambio, se vincula con la novela de Victor Hugo por medio de Montfermeil, suburbio parisino en el que hoy tanto como entonces sus habitantes sufren de marginación y carencias, acrecentadas por el racismo actual.
La película presenta a Stéphane (Damien Bonnard) emprendiendo su primer día en el escuadrón anti-crimen local. Le acompañan los más curtidos Chris (Alexis Maneti), voluble agresor, y Gwada (Djebril Zonga), aparente contraparte. Durante su patrullaje confrontan a gitanos, árabes y afrodescendientes en encuentros cada vez más hostiles que revelan la vena corrupta y racista de la organización social que les tiene acorralados en Montfermeil. Un dron y un robo fuera de lo común desatan el descenso a la violencia del que los miembros más jóvenes de la comunidad empiezan a resentir el hartazgo.
Ly conoce en carne propia el universo que presenta, permitiéndole evadir clichés, o en el peor de los casos, usarlos a su favor y dotar al relato de una verosimilitud atípica, que encaja con un dominio muy maduro (especialmente al ser su debut en la ficción) de la cámara, siempre frenética, para establecer complejos mecanismos con los que sostiene su discurso militante, nunca aleccionador.
Lo tenso se convierte en doble adjetivo, que define tanto el adrenalínico tratamiento cinematográfico como la naturaleza de las relaciones de raza y poder entre sus personajes, mostrándose digna heredera de las obras de culto Do the right thing (Spike Lee, 1989) y El odio (La haine; Mathieu Kassovitz, 1995), pero aportando la perspectiva más arriesgada de la triada: la de un grupo policial, opresores inmediatos con la doble cara de servir a la ley y a sí mismos, sin que la cinta tome partido o justifique sus actos. Tal vez, como título, “Los miserables” también refiera al mismo tiempo a la pobreza de unos y la miseria moral de otros.
El director y su destacado reparto coral (el vínculo es tal, que bien podríamos hablar de cine comunitario) caracterizan al eterno relato de la injusticia como una declarada narración contemporánea, no por sus elementos periféricos (los celulares, el dron), sino por la siempre presente Montfermeil, cuna revolucionaria en 1832 y hoy convertida en apenas menos que un ghetto de la multiculturalidad. El conflicto es también generacional (todos los personajes adultos perpetran en distintos niveles el desigual status quo) y la única esperanza se encuentra en la juventud inconforme, pero difícilmente vislumbra una solución pacífica.
Formalmente se inscribe en la mejor tradición del thriller policial, pero son sus ideas y la crudeza con que son presentadas lo que permanece en la cabeza: tras mostrarse como una elaborada bomba capaz de explotar en cualquier momento, Ly deja (casi literalmente) el detonador en manos del espectador, con un desenlace que de ninguna manera es final sino comienzo.