CRÍTICA

OSO POLAR (Dir. Marcelo Tobar, 2017).

Por:  Daniel Aguilar Torres  @taco_mutante

Oso Polar

Fotograma: Oso Polar.

Les dejamos nuestra crítica y el enlace a Oso Polar, el primer largometraje mexicano filmado con smartphones, que puede verse gratis durante la cuarentena.

Oso Polar, ganadora en el Festival Internacional de Cine de Morelia, arranca cuando Heriberto (Humberto Busto), joven exseminarista, recoge en el auto que heredó de su madre a Trujillo (Cristian Magaloni) para ir juntos a una reunión con sus antiguos compañeros de primaria. Pronto se les une Flor (Verónica Toussaint), y descubrimos que ellos fueron los principales bullies de Heri en la escuela, reavivando viejos problemas sin resolver en un enredado road trip por la Ciudad de México.

La historia detrás de Oso Polar es tan interesante como la que cuenta su ficción. Esta tercera película escrita y dirigida por Marcelo Tobar (obras anteriores Asteroide y 20,000 metros sobre el nivel del mar) fue financiada por crowdfunding y filmada con dispositivos móviles, a saber: Un iPhone 5S, otro iPhone 4 (después vendieron ambos para cubrir los gastos de producción) y un viejo teléfono Nokia de los popularmente conocidos como cacahuatitos.

Saquémoslo pronto del camino: sería injusto concentrar la atención sólo en el autoimpuesto reto estilístico que tuvo y dejar de lado las muchas otras virtudes con las que cuenta. Pero se sabe que la Historia del cine incluye también su avance tecnológico, y en ese sentido, vale remarcar que estamos ante el primer filme mexicano hecho con celulares, idea popular en cortos pero que hasta entonces (2017) sólo había sido llevada al largo por las estadounidenses Olive (Hooman Khalili & Patrick Gilles, 2011) y Tangerine (Sean Baker, 2015).

Otras cintas pioneras en aspectos técnicos han enfocado sus esfuerzos exclusivamente en eso, resultando en el pronto olvido o el valor puramente anecdótico (pensemos en la también mexicana pero muy insulsa Tiempo Real de Fabrizio Prada, primer largometraje en el mundo filmado y presentado en una sola toma y que ni en la actual fiebre por el plano secuencia vale la pena desenterrar). No es el caso de esta obra. El mayor mérito de su método de realización no yace en ser el primer largo nacional hecho así, sino en la inteligencia con la que Tobar permite que eso nunca opaque las ideas de fondo de su cinta, sino que las refuerza y se integra naturalmente con el universo que presenta.

Este universo es el de las avenidas de la CDMX (resuena como eco Güeros, de Ruizpalacios) en las que con los suficientes obstáculos un viaje de dos horas puede estirarse al infinito, permitiendo que el fastidio de los personajes sea suficiente para ir revelando su esencia. Heri, Trujillo y Flor empiezan como estereotipos del imaginario urbano mexa (respectivamente: un Godínez, un chavorruco valemadrista y una víbora) y conforme se desarrollan, muestran una complejidad a la que le van quedando chicas las etiquetas, involucrándonos con el tema principal de la película: las huellas imborrables que deja en los adultos el abuso y segregación que sufrimos como infantes.

El pasado se nos muestra en forma de un lastre que, como el defectuoso Fairmont que los transporta, estamos condenados a llevar, pero no busca excusar la manera en que los adultos deciden encaminar sus vidas (para muestra, la escena en la que Flor escupe todo su clasismo sobre un secundario interpretado por Luis Alberti). Antes bien, Tobar parece decir que la espiral de violencia que sufrió su generación debe parar por su propia mano. Esta idea es la que logra redimir un precipitado giro final que de otra manera hubiera resultado facilón, pero afortunadamente redirecciona hacia un terreno con mayor contundencia.

El ensamble resulta atípico para el llamado cine de guerrilla, pues se trata en su mayoría de intérpretes con trayectoria profesional, otorgando excelentes resultados (Toussaint consiguió su primera nominación al Ariel como Mejor actriz de reparto por este papel), al superar el reto de enfrentarse a una lógica de filmación tan distinta. Destaca también el particular montaje de Patrick Danse al lograr atar cabos sin perder ritmo en sus 70 minutos, a pesar de combinar tiempos narrativos, calidades de imagen, puntos de vista y texto en pantalla; todo acompañado por la música de original Shiner (caso igualmente curioso para una cinta mexicana independiente: podemos tenerla en Spotify).

Sea por interés en su método de filmación, por acercarnos a una propuesta extremadamente independiente del nuevo cine nacional, o por su visión de las consecuencias del bullying, Oso Polar se yergue como una propuesta a la que vale la pena acercarse. Si será más o menos recordada por alguna de esas lecturas en específico, sólo el tiempo y público dirán.

Oso Polar puede verse gratis en Vimeo hasta el 17 de mayo. Da clic aquí para verla.

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