RESEÑA

EL JOVEN AHMED: LA AUSENCIA PREMEDITADA.

Por:  Daniel Aguilar Torres  @taco_mutante

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Fotograma: Le jeune Ahmed.

Tras llevarse la Palma a Mejor dirección en el pasado Festival de Cannes 2019, los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne estrenan su más reciente obra.

Un adolescente radicalizado por la más rígida interpretación del Corán (el Ahmed del título, encarnado por Idir Ben Addi) acepta cual mártir su destino penitenciario tras atacar con intensiones letales a su “liberal” profesora Inés (Myriem Akheddiou). Como es usual en su cine, se trata de una película impecable, en la que el lenguaje fílmico ha sido depurado de tal forma que cualquier artificio pasa desapercibido en la naturalista atmósfera que sostiene una tensión creciente durante sus 84 minutos de duración. Logros formales que los Dardenne (así como su contemporáneo Ken Loach) siempre han dispuesto para darle voz a las y los parias de la globalización, personajes cuyas historias suelen ser ignoradas o reducidas a cifras. Además, con El joven Ahmed (Le jeune Ahmed, 2019) la dupla también ha creado su trabajo más polémico y divisorio hasta la fecha.

Conocemos a Ahmed cuando ya abraza un dogma ideológico que no admite réplica. En algunos diálogos sobre su pasado (en boca de otros personajes), nos enteramos de que no siempre ha sido así, que el cambio es más bien reciente, sucedido justo antes de que entráramos a la sala. Tal vez la influencia de su rígido imán (Othmane Moumen) y la muerte de su primo tengan que ver en la radicalización que le hace deducir que asesinar a su “infiel” profesora es el camino que Alá ha elegido para él, pero nunca sabremos cómo un niño de 13 años decide entregarse para librar la que, en su visión, es una guerra santa.

Es la falta de explicaciones a la actitud prototerrorista del protagónico lo que ha despertado el rechazo de ciertos críticos y espectadores: la omisión del proceso de transformación, dicen, resta una pieza central para el entendimiento del personaje, fluctuante entonces entre el arquetipo prejuicioso y la irracionalidad. Pero en el cine, lo que se oculta importa tanto como lo que se muestra; por eso su materia primordial (encuadre y montaje, más aún que la narrativa) corresponde a un proceso selectivo de creación artística autoral y no a la generación aleatoria.

Cambiemos de cosmogonía religiosa: en el Nuevo Testamento que fundamenta al catolicismo, el evangelio de Lucas presenta a Jesús desde su nacimiento en Belén hasta sus tres años, cuando es hallado en un templo de Jerusalén. Volveremos a encontrarlo ya como un hombre, algunos años antes de la pasión. Lo que sucedió con él esos 27 años se mantiene como un misterio que ningún texto bíblico aborda; sin embargo, la imagen de Jesús como el Hijo de Dios sigue intacta entre sus fieles.

Aún con ese hueco (temporalmente más amplio que el lapso contado), su historia, como la de Ahmed, corresponde al esquema conocido como el viaje del héroe. Se aceptan con mayor facilidad los agujeros en un tipo de narración, tal vez por querer reconocer en nosotros mismos cierta inclinación natural al bien (o a lo que nuestros valores identifican como tal). Pero en una figura tan aparentemente irracional como un niño yihadista, necesitamos más: de ello dependerá que lo juzguemos de víctima o victimario. Si bien la cinta no sugiere este paralelismo, sirve para ejemplificar que en el fondo, “héroes” y “villanos” comparten el mismo origen (el martirio de Jesús por los pecados de la humanidad puede corresponderse con el reformatorio en el que Ahmed es recluido), y dentro de cada visión particular, ambos se encuentran a sí mismos del lado correcto.

La ausencia premeditada está puesta para cuestionar, no al personaje, sino a la audiencia. Como escritores, sería fácil para los Dardenne (aunque no del todo ético) imaginar un origen para el relato de Ahmed, pero mantener la incógnita permite que traslademos la pregunta de la pantalla a nuestra realidad: ¿Qué pasa en el mundo para que siga proliferando la violencia de la radicalización (bajo cualquier ideología, no sólo islámica)? ¿Qué es eso cuyo poder permanece imbatible ante los alcances de nuestra moral? ¿Y qué grado de responsabilidad tenemos como individuos?

La falta de respuestas a esas preguntas (y a todas las que cada espectador/a se haga) resulta más perturbadora que la película misma.